8/12/08

Nada. Oteo tímido más allá de mis ojos y me golpeo irremisiblemente contra la pared. Escudriño en los libros, en las fórmulas, pero éstas no representan nada más que mis temores y mis ojos cansados me advierten del error. Aquéllos pilares que me alimentaban están ahora quebrados y, en su desequilibrio, encuentro el abismo, y en su agonizante final: la nada que, vacía y amenazante, me recuerda que soy un hombre.

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